Le cheminement intérieur de Marthe Robin est dévoilé grâce à la publication de son "Journal". Découvrez-le en ligne...
Su vida
La adversidad de la enfermedad
Marta Robin crece como todas las niñas del campo francés del principio del siglo XX. Una infancia en el seno de una familia de campesinos de Galaure, en aquella comarca de Drôme. Se educa en la fe cristiana, pero las labores del campo y la lejanía de la parroquia, que dista varios kilómetros de la finca familiar, condicionan su práctica religiosa. La enfermedad que va a afectarle, da un vuelco a su vida.
A Marta la describen de pequeña como una niña traviesa, viva e inteligente, a pesar de ser de constitución frágil. A menudo enferma, sobrevivió a la fiebre tifoidea que se llevó a una de sus hermanas. A los 16 años empiezan a afectarle migrañas persistentes. Fiebre, después vómitos y finalmente, síncopes que duran unos meses.
Efectos de una enfermedad incurable
En diciembre de 1918 entra en el coma. Los médicos están algo perdidos: en un primer momento, piensan un tumor cerebral; después, creen que se trata de la gripe “española”. Migrañas agudas, fiebres, rigideces repentinas y totales de todo el cuerpo, comas, debilidad intensa de los miembros, visión borrosa y sensibilidad extrema a la luz con períodos de remisión y períodos de empeoramiento: todos estos síntomas nos muestran que Marta padecía una encefalitis letárgica.
La enfermedad avanza gradualmente, haciéndola empeorar o mejorar. A los 17 años sus piernas se paralizan; a los 28 años un segundo brote le provoca una parálisis total del tracto digestivo; cuando tiene 37 años, un tercer brote le afecta los nervios oculares en 1939. La luz le hace sufrir mucho. Por ello, tiene que vivir en la penumbra.
Afrontando el absurdo del sufrimiento
De este modo, desde muy joven Marta cae en una cotidianeidad de sufrimientos, desconocida hasta entonces. Al dolor se le suma pronto otra injusticia, la de la soledad. Por el pueblo de Châteauneuf-de-Galaure circula el rumor de que Marta padece la terrible gripe española: muy pronto, ya no viene a verla nadie, con lo sociable que es y lo que le gusta tener visitas.
Entonces, durante algunos años, ve venirse abajo todo lo que la rodea. Ningún proyecto de futuro es posible. Ninguna vocación parece factible. Se ha vuelto una carga para su familia. Su único horizonte se vuelve el postigo entornado de su habitación, ya que apenas soporta la luz del día. Su única expectativa: esperar el final de una enfermedad imprevisible que le ofrece momentos de remisión seguidos de terribles recaídas. "Todo el mundo puede y debe cumplir su vocación, pero yo no... La vida se ha encargado de quitarme mis ilusiones y acabar con mis planes"
A su gran amiga, la señora Delatour, le escribe en 1928: " Me siento molida física y moralmente. Estaría mucho mejor bajo tierra que sobre ella, a mi parecer. (...) Usted, mi dulce Amiga que es tan buena y me comprende tanto, me perdonará ser tan poco valiente".

Todo el mundo puede y debe cumplir su vocación, pero yo no... La vida se ha encargado de quitarme mis ilusiones y acabar con mis planes.
Unida a Dios, su vida adquiere un sentido nuevo
No obstante, es precisamente esa toma de conciencia de que no controlará nunca más su vida de ningún modo, la que será decisiva en el camino espiritual de Marta. El principio de ese camino será el fruto de un encuentro capital: la de los religiosos capuchinos que, durante una misión parroquial, la visitan en 1928. Gracias a ellos comprende que Dios incluso puede utilizar el sufrimiento para salvar las almas. Frente a la injusticia flagrante de que solo tiene abierto un camino, toma dos decisiones fundamentales. La primera es vivir a pesar de todo: en vez de desear la muerte, o incluso de quitarse ella misma la vida como lo hará su hermano Enrique, le dice a Dios que, si Él considera que es útil, está dispuesta a vivir mucho tiempo. La segunda es unir esa vida destrozada con la de Cristo. Así es como Marta, meditando la Pasión, vivirá cada vez con más intensidad los sufrimientos de Jesús capturado, torturado y crucificado por amor a todos los hombres.
Su lucha contra la enfermedad
Marta no tiene ninguna complacencia respecto al sufrimiento. A lo mejor más que otras personas, lo hace todo para que le deje de doler. Sigue al pie de la letra las indicaciones de sus médicos: cuando lee, intenta, a pesar de todo, detener las terribles migrañas que la abaten, y no se resigna en ningún caso a la pérdida de movilidad de los miembros, los cuales activa tanto como las remisiones se lo permiten. También ella misma se obliga a efectuar trabajos de bordado pese a la rigidez de sus dedos, la visión doble, las terribles migrañas, hasta que todo eso se vuelve absolutamente imposible. Tras esa obstinación hay una preocupación muy concreta: poder pagarse ella misma los medicamentos y no estar a cargo de sus padres.
Sufre unas consecuencias dramáticas: la parálisis de su tracto digestivo y la atrofia total de su esófago. Marta ya no se alimenta, salvo mediante la comunión que recibe cada semana (un aporte normalmente insuficiente para mantener viva a una persona).
La alegría de Marta ilumina
El dolor no impide que la niña traviesa se convierta en una adulta a quien le gusta profundamente reír y cerca de la que vuelven a encontrar la paz.
Una de sus allegadas da testimonio: « Cuando nos veía algo tensos a su lado, decía: ‘Les voy a contar el último chiste que me contaron los alumnos de Saint-Bonnet [escuela fundada por el Foyer de Charité] ».Nos tranquilizaba enseguida. Cuando no estoy bien, pienso en la risa, en la alegría de Marta y eso me devuelve el ánimo »
Aunque Marta estuvo enferma durante casi toda su vida, la enfermedad no era el centro de su vida. El centro era Cristo. Sus sufrimientos se convirtieron en el cauce por el cual la misericordia de Dios podía alcanzar a todos los que venían a verla. Sus adversidades se transformaron en fuentes de vida y esperanza.
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